Blogia

ATENEO de MELIPILLA Juan Fco. González

Raquel Parada

<em>Raquel Parada</em>

Melipilla

Un trozo de mi infancia
encontré en Melipilla,
rodeada de potreros
donde el verde es el dueño;
los álamos se mecen
en su plegaria eterna
mientras tiuques alegres
danzan surcando el cielo.

Los queltehues pasean
por la planicie quieta
y su grito no anuncia
lluvias en el estío
sólo invita a la amada
a una cita en el nido
y a disfrutar la tierra
como un don merecido.

Yo tiendo la mirada
por todos los caminos
y las hojas plateadas
saben de mi alegría,
la luna me contempla
y el cielo iluminado
me regala esta imagen
al terminar el día.
La cerca de eucaliptus
más allá del sendero
separa la manada
de vacas y terneros,
un perro ladra lejos
y otro perro contesta
mientras la noche cae
con su silencio a cuestas.

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Año 2006)

Esteban Alvarado Vera

<em>Esteban Alvarado Vera</em>

 

Melipilla en el Siglo XVIII

 

El analizar Melipilla desde un punto de vista histórico siempre ha sido complicado. En primer lugar la falta de un buen acceso a las fuentes no permite un estudio acabado que esté ciento por ciento completo. Si se analiza esta ciudad en la época colonial, las cosas pueden resultar aún más difíciles, pero en este caso, gracias a lo que se detalla a continuación, se podrá advertir la importancia que esta región tuvo durante el periodo de regencia española en Chile.

Un par de viejos documentos han llegado a mis manos y por las casualidades del destino o por la ironía de la vida, he recuperado una valiosa relación acerca de la diócesis de Santiago, de la cual dependía la zona de Melipilla en la época colonial (1)

El entonces gobernador don José Antonio Manso de Velasco y Samaniego, Conde de Superunda, fundador de nuestra ciudad, encargó, según las órdenes que el rey Felipe V, el 28 de julio de 1739.

«En dicha orden se pedía al Consejo de Indias una descripción detallada de la provincia, tarea que éste encomendó a los oficiales reales don Francisco de la Sota y don José Fernández Campino, siendo este último quien la redactó, remitiendo su trabajo a la Corte en 1744».

Son de fundamental importancia entonces las noticias que se pueden obtener escudriñando en este tipo de documentos, más aún cuando es posible advertir referencias claras a la región en la que actualmente se emplaza la pujante ciudad de Melipilla.

Para Fernández, Melipilla es el corregimiento más antiguo del reino,

«confinante con el de Quillota, que tiene su deslinde en Casablanca con Santiago de Chile en la cuesta de Prado, por la parte de la costa, con el gobierno de Valparaíso en los altos del Almendral, el cual está en la altura de treinta y tres grados veinte minutos; es en comparación del antecedente, y aun de los demás, corta su jurisdicción, pues solas tiene doce leguas de largo y de norte a sur diez, y seis, sirviéndole de raya a su jurisdicción el Río de Maipo, que lo aparta del corregimiento de Rancagua, tiene su parte de costa, y a quien pertenecen los Bajos de Rapel, Altos de San Antonio y Punta de Curauma; parajes muy notados y conocidos, por el reconocimiento que regularmente hacen los navíos que vienen buscando el puerto de Valparaíso, y en donde se marcan para su entrada»..

En esta breve descripción es posible atender a las dimensiones de la región comprendida por Melipilla. En un primer lugar los límites por la parte Norte, coinciden en su mayor parte a la actual división de la actual provincia, es decir, hacia la zona de Casablanca en la comuna de María Pinto. Lo que se menciona como la cuesta de Prado es lo que actualmente se conoce como la cuesta Lo Prado, o bien el túnel que conecta a Santiago y la Quinta Región, por la ruta 68.

En cuanto a la parte Sur, el límite colonial no es el mismo que presenta la provincia en el presente. De hecho se cita como frontera meridional el río Maipo, por lo que se desprende que las comunas de San Pedro y Alhué no habrían sido incorporadas a la región hasta más adelante en el tiempo.

En cuanto a las costas, la única referencia importante es la que se hace de la bahía de Cartagena, “que por ser brava toda su costa viese exenta de permanencia de enemigos, ni desembarco, sino con gran trabajo en ella, en donde precisamente han de ser sentidos y vistos por la altura de los cerros”. Esta situación permitía que el sector sur de la actual provincia de San Antonio (las comuna del mismo nombre, más las de Cartagena y Santo Domingo), fuesen un lugar estratégico para resguardar el paso de embarcaciones hacia Valparaíso, pues la posibilidad de instalar centinelas en las alturas, hacía de este sector un punto bastante seguro, a lo que sumada la posibilidad de que tropas desde Melipilla concurrieran rápidamente, hacía de la zona costera del repartimiento melipillano, una plaza crucial para la defensa del reino.

En cuanto a las características del terreno, Fernández lo alaba por la facilidad que hay en determinados sectores para el riego, sin la necesidad de tener que recurrir a intervenir y a construir canales de regadío. En cuanto a su clima, el funcionario real manifiesta

«Goza su jurisdicción de un temple muy benigno, por lo apartado de la Cordillera Real y bellos manantiales puquíos de aguas que lo fertilizan y humedecen;»

Esta fecundidad de la tierra se veía reflejada en la fauna existente y advertida desde aquellos tiempos. La abundancia de perdices, torcazas, tórtolas, toda laya de pastos y zorzales, becacinas y gallinetas de entonces, contrasta con la desaparición casi total de estas especies en las zonas más pobladas de hoy, más aún se nota la diferencia con lo que ocurría “en sus arroyos, esteros y Río Maipo, [con la] abundancia de truchas y bagres y aun de anguilas, que no comen sus naturales por el horror de su semejanza a las culebras”.

En cuanto a la población, los datos son bastante interesantes, pues denotan que siempre la zona fue muy poblada –entendiendo los parámetros de la época-, y que el clima beneficiaba sobre todo a los enfermos que en muchas ocasiones venían a pasar su tiempo de recuperación en Melipilla.

Junto con esto, se hace hincapié en el hecho de que Melipilla siempre fue un destino apetecido para los habitantes de Santiago, que por la cercanía y la seguridad del camino venían a solazarse con los paisajes y el aire de esta tierra.

" … [concurrían] los vecinos y moradores de su capital; tanto por la cercanía de él, cuanto por la conveniencia de víveres: pan, carnes, aves, caza, pescado, hortalizas y legumbres, cuanto por el temple benigno, saludable, alegre y un general hermoso jardín que ofrecen sus amplias campiñas de flores y hierbas a la vista en toda su comarca".

En los tiempos actuales, la situación de Melipilla como destino o como ruta obligada para los capitalinos sigue siendo norma. Durante el auge de Cartagena, como el balneario aristocrático por excelencia de principios del siglo XX, el ferrocarril que transportaba a la élite, debía detenerse en la estación de trenes de Melipilla. Con el correr del tiempo, y la construcción de la central hidroeléctrica de Rapel, y la inundación consecuente de un enorme valle, Melipilla se constituyó como paso obligado para quienes en temporada estival disfrutan de los deportes náuticos en este lago artificial. Melipilla en la actualidad continúa siendo una zona de contactos viales importantes, y su condición estratégica, su cercanía a Santiago y a la costa, le otorga un carácter privilegiado, del que aún no se saca todo el provecho que se puede.

Pero regresando a la relación hecha por este funcionario colonial, en cuanto a la producción, menciona que a pesar de la existencia de minas en el territorio (“se cuentan diez y nueve minas de oro, que actualmente se están trabajando”), estas son de muy baja ley, pero que a pesar de aquello, le permite a quienes las explotan sobrevivir.

El énfasis en los productos de esta tierra está en el área agrícola (tal como en la actualidad), y así

"…no serán las minas de oro en mucha abundancia ni tan ricas, como en donde se ha notado en parajes secos y áridos. Coséchense en él, muchos trigos, y se benefician copiosas matanzas de vacas, que rinden porción de quintales de sebo, charqui y grasa; que con la cercanía más que otro del puerto de Valparaíso se conducen a sus bodegas, para venderlo a los navíos que de la ciudad de Lima vienen a cargar frutos a este Reino…".

Desde este momento la raigambre agrícola de la zona se yergue como su principal fuente de riqueza, y no sólo la explotación de la tierra y sus recursos, sino que un incipiente mercado comercializador de sus productos, no sólo en la región, sino que un incipiente y luego consolidado tránsito de mercaderías para la exportación. Este hecho confirma que los antiguos habitantes de Melipilla estaban profundamente interesados en las ganancias que este territorio les pudiera ofrecer, pero para comprender el por qué en esta zona pudo haberse dado un auge tan importante del comercio y de la actividad mercantil –incluso hacia el extranjero- habría que preguntarse sobre quiénes eran los propietarios de las tierras. Para ello es menester un estudio acabado de los títulos de propiedad, que en la actualidad no arrojan –a pesar de existir- respuestas definitivas a esta interrogante, por lo cual el desafío para un análisis en profundidad de este hecho ya está sobre la mesa.

En materia demográfica, Fernández Campino menciona la cantidad de 320 hombres alistados para tomar armas, de los cuáles debemos entender que eran o españoles o criollos, pues en estas consideraciones sólo podían contabilizarse aquéllos. Fernández señala la prontitud y facilidad, o buena disposición, que tienen los habitantes de Melipilla para “ensillar con facilidad su caballo, tomar su lanza o espada, y galopar cinco o seis leguas”, es decir, para concurrir a la defensa del Reino. Esto puede ser explicado por dos motivos. En primer lugar por la necesidad que tenían los españoles o criollos de defender sus precarias posiciones o sus pequeñas villas, y en segundo lugar, porque el hecho de defender el Reino y prestar servicios militares al Rey, era un símbolo de status social y muchas veces la posibilidad de escalar posiciones en la sociedad colonial.

Los indios, que eran otra de las ramas del mundo social colonial en Melipilla, para la época en la que escribe Fernández, no tienen mayor relevancia, pues

"Las encomiendas de indios de este partido son de ninguna entidad, pues con la general epidemia de ellos, y en particular la que circula de tiempo en tiempo de viruelas por todo el Reino, los ha acabado y consumido cada día más; que con desfigurarse en mestizo y ausentarse de sus pueblos conocidos sobre ser cuasi indiferentes en color y contextura, todos vestidos de una suerte que no se distinguen con los bozales que tienen al trabajo de la tierra los infieles; (aun sin embargo los pocos que hay de todas layas)".

Esto da a conocer la dificultad en un primer momento de encontrar mano de obra indígena para trabajar la tierra, pero por otro lado la facilidad con que todo tipo de mestizos se ofrecían para el cultivo de las chacras, lo que hacía que deambularan gran cantidad de personas de las que no se conocía su origen, lo que habla de la diversidad cultural que existía en Melipilla en ese entonces.

De este modo, José Fernández Campino concluye su relación de la zona de Melipilla y menciona que todas las consideraciones anteriores fueron tomadas por el gobernador Manso de Velasco para la fundación de una villa en la región.

"En este partido, considerando vuestro gobernador y teniente general don José Manso de Velasco, su bello clima, admirables aguas y tierras e inmediación de montes en él, adecuada y hermosa situación de Melipilla, llevan en buen estado la fundación de su villa nombrada LOGROÑO DE SAN JOSÉ, debiendo a su deseo, aplicación y amor con que trata y solicita el adelantamiento y política en poblaciones de este Reino, la concurrencia de vecinos que se dedican a porfía en fuerza del amor que le tienen, a reedificar y levantar sus casa en ella; mereciendo la gloria de verla adelantada y formada de calles y de edificios en tan breve tiempo, que teniendo entre manos siete poblaciones, en siete partidos diferentes, es suya la fortuna, que ningún otro gobernador en él, ha conseguido su formación y erección constará de los autos que están formando y se remiten en esta ocasión a V.M., como de las demás villas y poblaciones nuevas de este Obispado, a que nos remitimos".

Melipilla desde el momento de ser fundada -12 de octubre de 1742-, y desde mucho antes, siempre ocupó un lugar destacado en la vida nacional. Su ubicación geográfica, sus bondades climáticas, la abundancia de recursos, fueron algunos de sus estandartes a la hora de decidirse por este territorio como una zona apta para fundar una ciudad.

El desafío ahora es para las nuevas generaciones, a rescatar este pasado y a reinventar la región y recobrar o mejorar la importancia que esta tuvo en el periodo analizado en el presente artículo.

Melipilla fue y es más que un lugar de paso, las fuentes así lo confirman. Hoy es necesario que esta condición se consolide y permita a los futuros habitantes de la región respirar con orgullo este aire frío de mar, ríos, campos y cerros.

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Año 2006)

--------------------------------------------------------------------------------

(1) Esta situación se mantuvo hasta el 4 de abril de 1991, cuando el papa Juan Pablo II, a través de la Bula “Quo Aptius”, separó la llamada zona rural costa y la convirtió en la Diócesis San José de Melipilla.

Nota de la Redacción del weblog: la imagen usada en esta página corresponde al oleo "Calle de Melipilla" del destacado pintor Juan Francisco González, cuyo nombre lleva el Ateneo de Melipilla.

«Melipilla: lugar de encuentro»

<em>«Melipilla: lugar de encuentro»</em>

Con voz de afecto

Un buen coro supone ensamblar diversas tonalidades vocales con el propósito de dibujar en el aire una línea melódica. El tema de fondo es el mismo para las
que concurren a un encuentro de afinidad. Se trata, eso sí, de alcanzar tono con alma abierta, convencida, sugerente. Y es esto, precisamente, lo que se apropia del oído al leer estos poemas y prosas que el Ateneo Juan Francisco González entrega en este libro.

San José de Logroño de Melipilla, como gustaba mentar a la ciudad el periodista e historiador don Roberto Hernández, es la raíz de estos cantos y memorias. Cada uno de sus diez autores acude desde el sí propio a expresar y a contar de una presencia larga y hermosa que portan en sus jornadas y que requiere de especiales menciones para dar en la justicia del afecto. Porque todo escrito literario pretende aunar en su desarrollo los indicios de una realidad valiosa y los significados que perduran en insomnes latencias a lo largo del tiempo. Y aquel ensamble de entidad exterior, como lo es una ciudad, y el sentirla dilatada en lo interno de sí, reconoce domicilio en estas páginas.

Ecos testimoniales de otrora se adueñan de las páginas de “Melipilla en el siglo XVIII”, que debemos a Esteban Alvarado Vera. Horizontes y opiniones regalan aquellos frutos de la estimación que el autor recoge como quien descubriera un tesoro de vestigios perdurables. Nos enteramos de una ciudad naciente y de las expectativas de entonces. La relación de José Fernández Campino recobra el timbre que tuviera en este recobro de hoy.

Angel Conejeros es poeta que elogia la tierra de Melipilla, y a ella se dirige con familiaridad de quien la conoce bien, porque la ha vivido en la honda latitud del afecto. Su actitud de celebrante de hermosuras e identificaciones habla a las claras de una cercanía que, en su caso, mejor semeja un rito cotidiano y un fundamento de existir.


"Yo nací/ en medio del rocío de los campos,/ del fragante aroma del espino florecido,/ la tristeza del arrullo / del tierno cuculí,/ y el sabor amargo/ del pequeño maqui”.

A su turno, María Elizabeth Ramos se dirige a la ciudad desde un monólogo en el que descubre sones pretéritos, pero también la necesaria disposición ribeteada de porvenir. Por eso mismo, se inclina a extender su mirada en el tiempo: “Enciende tu corazón, / la vida canta ante tus ojos”, al paso que reconoce: “Cuando hablo de ti/ la lluvia habita toda en mis ojos”.

Con sentimiento de alma en la piel, Gladys Quiroz expresa reminiscencias y nostalgias, historia amplia y personal de un modo ganado por la eufonía. Melipilla acontece en la evocación emotiva. Una ciudad con calles, esquinas y recodos que ofrece un encariñado mapa referencial. “Respiro la nostalgia de la quietud de antaño,/ ansiando en las paredes reflejos de otros tiempos./El barro y la paja son recuerdos de infancia./ ¡Cómo cambió mi pueblo consumiendo raíces!/ Y yo aquí, persiguiendo los días fugitivos”.

El siempre entusiasta Jaime Romanini se asombra e interroga acerca del conjuro natural perdurable de Melipilla. Lo percibe abarcador desde el ayer hasta el mañana. En sus versos no menos que en su breve prosa: “Manuel”, es dable un deslizamiento angelado de lo humano, pues lo sencillo sabe alcanzar desplante y la realidad termina por ser querida. Así sucede con esa pregunta dirigida por el tonto del pueblo a un niño: “¿Recuerdas cómo es Dios que de repente lo olvido?”.
Raquel Parada posee una especial sensibilidad para sentir el paisaje. La transposición de éste en la memoria del afecto asegura en ella un viaje a la infancia mientras valora lo presente. “La cerca de eucaliptos/ más allá del sendero/ separa la manada/ de vacas y terneros,/ un perro ladra lejos/ y otro perro contesta/ mientras la noche cae/ con su silencio a cuestas”.

La evocación es secreto valorativo que, puesto en el fiel del antes y del presente, expresa la convicción anímica de un paraíso perdido, o menoscabado. Es siempre más fácil haber sido feliz que serlo. Cómo no creer a Stella Donoso cuando leemos: “Mi barrio de cuatro calles/ cambió su vida y su cara,/ el viejo mostrador, la luz opaca,/ los chicos de la esquina, las abuelas./ Don Enrique llamando a su pilluelo,/ la Mariíta y su venta de ilusiones,/mi padre con su coche de anticuario,/ se fueron con su historia a otro barrio...”

Aquel que mira en la memoria un lugar que no fuera el suyo, pero que le creció en el afecto sin que falte a completar esa predilección algún desaguisado que presenta la faz prosaica aunque graciosa de lo real, es lo que bien consigue el “desengañado” de Ulises Mora: “Que si no hubiese sido la calamidad que era./¡Por esta copa juro!/ Que termino/ Enamorado”.

Cuanto se pone otra vez en el corazón es lo que mentamos recuerdo. Es ésa la materia lírica de Gino Arab. El lugar y una persona elevan encomios con que dice de lo suyo esa transcripción en vocablo lo que fuera tan vivo otrora: “El espino se prende/ /y tú, silencioso/ como un árbol /lleno de follaje,/me das la mano/ en un mundo/ lleno de flores/y las campanas/ te cantan /con voz de niño”.


“Recuerdos de provincia”, relato de Julio Alvarez, concluye el volumen. La prosa campea en esas páginas que tienen tensión de puñetazos y ceremonia de gladiadores más heroicos que gananciosos. Escenario, apodos, expectación conquistan al lector a punta de amenidad y de aproximar ese mundo del box y de hombría lacerada. Una verdadera crónica que gana la partida al olvido.

Este libro no presume mundos inéditos ni se ufana de sus logros; es una palabra sencilla, dicha al oído del afecto. Y de ello debería enterarse Melipilla, protagonista de estas páginas. Después de todo, es también corazón de Chile, materia y forma reconocida por los escritores del Ateneo.


Juan Antonio Massone del C.

Primera Edición Enero de 2006
© N° 153.219
ISBN 956-7666-02-4

Gino Arab Moraga

<em>Gino Arab Moraga</em>

A la memoria

En un rincón de mi memoria
dibujo casas azules
viejos tejiendo adobes
perros flacos y largos
gatos verdes, ollas negras
porotos, cazuelas, sartenes, mediaguas
fonolas, cartones
panes duros
ojos tristes
enaguas, calzones
vino tinto
chicha fresca
canas blancas
mil Abriles

Coral de hombre

Mi tiempo fue tu tiempo en el tiempo
y yo coral de hombre me hundo en un otoño muerto
pero tus dedos como salidos de la selva
cual águila vacía me atrapan
y mi corazón fue piedra en la piedra
y tu amor fue mi alimento oscuro
como colgado del cielo
y las estrellas anuncian una novia sumergida
y yo me inundo de fatiga sobre el muro.
Pero mis pasos ya no tienen sonido en
los escalones del alma

Primavera

Hasta que la Tierra se inundó de fuego
mis ojos no conocieron la primavera
y la cima de mi recuerdo
se derrumbó ante un gigantesco verdor.
Mis años se hicieron rígidos como esculturas
entonces todo fue pregunta
traté de unir cada una de ellas
con apellido y nombre
aun así mi cumbre está llena de ideas
y la lista es inagotable
como un mar lleno de peces muertos.

A mi bandera

Cuando las nostalgias se hacen añejas
y el paso se vuelve cansino.
Ahí estás, única, infinita.
Mía, tuya.
Elegante, hermosa.
Llena de historia.
Dueña de mis días,
sostén de heroísmo.
Cielo azulado,
blanca montaña,
sangre araucana.
Indomable fiera
nunca vencida

Brevarios

La verdad no está en la obra,
sino en quien se la avecina.

La elocuencia de la razón solo vive en los árboles.

Mi última vacilación orbita a lo primero.

Lo sugerido nunca sobrepasa lo real.

En efecto, la razón no adopta palabras, las pare
..
Quién entiende la vida,
la roca canta mientras el agua la azota

Tres sabidurías tiene el vino:
canta cuando tiene pena,
enamora hasta las uñas,
y olvida el barco ya ido.

Adobe, tango dormido
entre viejas paredes
con sabor a olvido.

Quien duerme deja de pintar el mundo.

La hoja no está muerta, solo está dormida.

Aunque la cebolla esté ya marchita
en su corazón destila pena.

No por el silencio las rosas tienen espinas.

Desconozco mis pies, hoy son alas.

El hombre es una isla con un barco lleno de vanidad.

Ese viejo árbol abrió su puerta y lloró mi vida.

La conciencia es la más dulce venganza
que tiene el hombre para sí mismo.

Sin duda el elogio no puede ser una razón última.

Y las estrellas se hicieron cielo…
Y las lágrimas del cielo se hicieron mar…
Y el mar se hizo peces;
Entonces el hombre aprendió a pescar.

(Del libro "Los de la vuelta de la esquina". Año 2004)>


A Melipilla

Viento
entre cuatro espíritus
campo minado de flores
tierra fértil
agua y cielo
hombres al alba
greda y sueños
calles largas
chicha y chancho
diablo y poncho
queso fresco
tortilla y pan

Homenaje al Padre Demetrio Bravo

El espino se prende
y tú, silencioso
como un árbol
lleno de follaje,
me das la mano
en un mundo
lleno de flores
y las campanas
te cantan
con voz de niño.

La tierra suda tu sangre
la infancia clama tu aroma
padre de todos
bendita aurora

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Editado el año 2006)

Sueños

Si mi sueño no durara
hasta la muerte
mi vida sería
como un árbol desnudo
y mis secretos náufragos
en un mar de estrellas.

Todo sucederá:
treparé muros,
daré muerte a mi sombra,
ablandaré arrugas,
pintaré sueños
o, tal vez,
doblaré la calle de mi tiempo,
pero aún así
no podrá apagarse en mí
la llama de tu amor.

Sin ti

Sin ti, la aurora de mis manos muere
y sonora canta tu voz
entre mis sienes.

Sin ti, en julio desnudo flores
y en agosto
maldigo horas.

Sin ti, la rabia se hizo orden
fusilando la risa.

Sin ti, la noche
hace presa
en la tienda de mis sueños.

Sin ti, me llevo los años
surcando el Paraíso.

Ausencias

Si mis alas
no soñaran
con el regreso.

Mis tiempos
serían
como un cuarto vacío.

Y el ropaje de mis sueños
olería a celdas añejas,
a voces sin sombras,
a existencia mía.

Y hoy al decir hombre
muero cada día.

El hechizo

Una ventana vieja
que vestía
mi templo

fue mi único
gran ojo.

Y mi casa,
sí, ésa, la de los sueños
que inunda con su aroma
la calle de mi tiempo
en busca de soledad
me dijo adiós.

Yo, con fortaleza
de guerrero
y hambre de niño
sediento pido asilo.

Pero mis pasos
regresan a mí
como alma sin cuerpo.

( Del libro “Vuelos literarios 3”. Editado el año 2001)

Jaime Romanini Gainza

<em>Jaime Romanini Gainza</em>

Amor

Fuerte rugido
que estremece mi carne.
Volcán de impetuosa lava,
de ardiente simiente,
de luz enceguecedora.
Eres suave mano
que acunas dulcemente
un pecho por llagas surcado.
A tu mirada
mi alma es agua quieta,
mar calmo,
estrella reluciente.
Silencio que dice todo,
miradas que traspasan,
arrullo que duerme.

Epitafio

Soy una triste sombra que se desdibuja ante tu mirada.
Soy el fantasma de tus ardientes latidos.
Soy el atardecer gris de un día soleado.
Soy la esperanza abortada de tus deseos más íntimos.
Soy la orgullosa torre que se aleja en el tiempo.
Soy el que quiso combatir los molinos de viento.
Soy el que se cargó de ilusiones
y se hundió en la desesperanza.
Soy quien creó para ti las aladas mariposas que hoy,
destrozadas, han caído a tus pies.
Soy canto roto, débil murmullo en el recuerdo.
Soy volcán ardiente aprisionado en tu frío corazón.
Soy el que, confiado, se sacó la armadura
y está herido por tu desdén.
Soy el que ha sangrado las espinas
que pusiste en el camino.
Soy el que debe morir por el pecado de amarte.

El suicidio

Vas por el sendero oscuro,
ese del llanto,
el de las muchas sombras.
Como tú, como tantos.
Vas por el sendero gris
pisando puñales,
con las carnes abiertas.
Cargando el Temor,
huyendo del silencio.
Quisiste escapar
de tus fantasmas
y en el instante decisivo
te entregaste a ellos
con pasión,
cómo buscándolos.
Como esperando
su compañía
en el negro remolino
de la eternidad.

La vid

Mis sarmentosos brazos
abarcan el mundo todo
con firmeza y cariño.

Generosos,
reparten dulce licor,
fresca sombra.

Se enroscan cálidamente
sobre las flores dormidas,
se desplazan ágiles
en las delgadas cuerdas
y juegan alegres
con los arroyos cantarinos.

Mis sarmentosos brazos
invocan al sol
de invierno,
traen la mas dulce
alegría del otoño
y sostienen
un verde toldo
para los cansados viajeros
de verano.

Mi mundo

¿Cuándo dejarás nuevamente
tus cigarros vestidos de besos
en mi alcoba ?
¿Cuándo mi corazón
palpitará de nuevo
sus agrios mordiscos
en la impaciencia
de tu espera ?
¿Cuándo sentiré
la calidez de tu cuerpo entibiar
mis cansados huesos ?
Mi mundo sigue tu estela
acariciando recuerdos,
viviendo suspiros,
muriendo en silencio.

Obsesión

Mi pensamiento está fijo,
como clavado con saña
en el paisaje,
en el tiempo,
en el abandono …
Obsesionado por tu imagen
recorro descalzo
mi camino de espinas
donde estás tú,
presente en innumerables espejos,
con tu recuerdo sangrante,
con tu calor que hiere,
con tu amor marchito..

El silencio

El silencio
es hijo del reposo,
la lejanía
y la muerte.
El silencio
es hermano
del velo,
de la brisa
y del rumor.
El silencio
es padre del suspiro,
del pensamiento
y del adiós.

(Del libro "Los de la vuelta de la esquina". Publicado el año 2004)


Distante

Distante te veo
nocturna Melipilla
mientras mil luciérnagas juguetean
en mil rincones secretos.
Distante te admiro
querida Melipilla
mientras mil luces centellean
en mil distantes faroles.
Distante te recuerdo
maternal Melipilla
mientras mil añoranzas iluminan
a mil conocidas imágenes.
Distante te observo
mágica Melipilla
mientras mil guiños
me hacen mil estrellas.
Distante te imagino
futura Melipilla
mientras mil pasos
se encaminan a mi tumba.

Manuel (al Tuta Nena)

Manuel, el tonto del pueblo, caminaba con su rubio pelo desordenado, sucio y lacio. Vagaba por las calles de tierra con su mirada azul. A veces, un grupo de chiquillos lo seguía un par de cuadras, burlándose. En algunas ocasiones, uno de los niños, de repente, sin saber por qué, se ruborizaba de sus burlas y, colorado, se alejaba del grupo hasta que otra cosa los entretenía.

Andaba Manuel desastrado. Los zapatos rotos, el pantalón sucio, la camisa suelta y una extraña expresión en sus ojos. De pronto, cambió su mirada, sus ojos se agrandaron, se hicieron más claros, transparentes y vivos. Había visto un niño casi recién nacido que su madre acunaba tras una ventana. Se acercó vacilante y lento. La mujer, ensimismada, al principio no lo vio, luego se asustó y quedó muda, la vista fija, inmóvil. Manuel se acercó más al infante y con su lengua torpe le preguntó :

¿Recuerdas cómo es Dios, que de repente lo olvido?

Melipilla

Vienen desde los puntos cardinales los cuatro
espíritus que dieron nombre a Melipilla;
Del norte viene el espíritu del Sol,
todo fuerza y ardor.
Del sur viene el del Viento,
audaz y veloz.
Del este viene el espíritu de la Nieve,
bello y poderoso
y del poniente llega la Lluvia
con su retumbar de cañones.
¿Porqué llegan ellos aquí?
¿Porqué ha sido siempre éste
un lugar de encuentro?
Quizás por sus noches calladas,
quizás por la magia de su luna,
quizás por el hechizo de sus mujeres,
o quizás por la energía que,
vital, trasmite.
Melipilla, hembra campesina
bella y generosa
siempre tierna y acogedora,
vestida de flores,
bella señora.
Melipilla, macho bravío y vital
siempre fuerte y seguro,
semilla fértil,
corazón puro

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Publicado el año 2006)

Afuera es noche

Afuera es noche.
Caen sombras persistentes
en los oscuros tejados,
recibiendo el pesado canto
de unas melancólicas gotas.

Afuera es noche
y tú callas.
Callas ...
Tus pensamientos
anhelan esta noche
y suplican mi silencio.

Afuera es noche,
me persiguen
los acompasados sonidos
que taladran mi memoria.
Reviven tu añoranza.

Afuera es noche
y se escurren
mis azules sueños
en el fugaz intento
de apresar
tus tiernos pensamientos.

Internet

Mágica luz
de humanas palabras.
Por tus venas
se pasea el hombre
en pos de tiernas quimeras
y afiebrados sueños.

Fresca mensajera del mañana,
sendero de todas las lenguas,
crisol de alocadas ideas,
fuente de conocimiento.

Mágica luz
De voces entrelazadas,
Templo de técnicos dialectos,
Camino de jóvenes esperanzas.

En blanco...

Este papel en blanco
espera un arrullo,
una muestra de cariño,
un grácil arabesco
que guiñe sus ojos
sobre este albo océano
en busca de enérgicas letras
y tiernos dibujos.

Este papel espera
una mirada atenta,
un destello de diamante,
un sueño dibujado,
una emoción vaciada.

Sin embargo
la mente está vacía
sin que salten imágenes
cual dorados fantasmas
inundando los sentidos,
estremeciendo el corazón.

A mi tierra

La noche cubre
con su negro velo
la cinta sinfín
bajo mis cansados pies.
Distante se oye
la nocturna llamada
de un ave
y el canto triste
de un grillo
de invierno.
Piso el sendero
pensando en este país
de incontables rincones
que aún esperan
maravillar mis sentidos,
tensar las cuerdas de mi alma,
sorprender mi pensamiento.
Imagino incontables sombras
bebiendo aire a bocanadas,
hundidas en sus sueños,
atadas por recuerdos,
enmarcadas entre mar y montañas,
eterna presencia del Yo colectivo.
Mis pasos acompañaban
los lentos reflejos
de una nación dormida,
de un sueño solidario,
de una ilusión por despertar.

( Del libro “Vuelos literarios 3”. Publicado el año 2001)

Gladys Quiroz Carcher

<em>Gladys Quiroz Carcher</em>

Novilunio

Tras los visillos,
atisbo otros paisajes
y mis dedos
se alargan cada día
tratando de atrapar
el horizonte.
Las trenzas,
que hasta ayer lucí orgullosa,
cordón umbilical de la niñez,
pesan como cadenas.

Mis ojos sorprendidos
ya no pueden cerrarse,
he llorado leyendo
una plegaria
y hoy trato de pintar el beso
que exprimiera mis labios
como racimo de uvas.
Aun tiembla el recuerdo.
La prisa atolondrada
de pedirle al espejo
que guarde mi secreto
y las rojas mejillas
y el pecho galopante
lo van contando todo.
Del pequeño pincel,
sólo brotan estrellas
y un corazón azul
como esos ojos.

Desde entonces
los textos escolares
se han poblado de versos
y canto deslumbrada
ante el libro cerrado.
Cada página abierta
me hace estallar en flores.
Debo nacer para
escribir historia
y sin mirar atrás
cumplir mi itinerario.
Calzaré las sandalias
de Gabriela.
Me fugaré a París
cuando duerma el otoño;
embozado y febril
con su mirar sombrío
César Vallejo
me espera cada noche.
Recostado en mi pecho
comerá de mi pan,
y el alba sorprendida
tejerá nuestros pasos
en el vals del adiós.
Luego, seré una abeja
del desierto florido,
hilaré los collares
del Salar de Atacama,
esculpiré las piedras
del Valle de la Luna,
construiré mi nido
en las Torres del Paine,
sin que nada detenga
mi vuelo de parina..

Las palabras en caos se amontonan
y hasta el rasguño
de mi lápiz duele.
¡No guardaré mis versos
como niños
arropados entre
sábanas blancas!
He talado mis trenzas
y besando su cruz,
me digo muy bajito:
¡Esta es una promesa,
un juramento!

Plenilunio

Soy la fruta madura, Shehrezade,
pájaro y luna
de este entorno mío.
Tallé a besos
un hijo que es la espiga,
y detuve mis pasos
en arrobos de amor multiplicados.

Las palabras
son mi luz y mi sustento
y la copa de vino que me
embriaga.
Mis pies son tan pequeños,
que no pueden
calzar sobre
las huellas de Gabriela.
En Trujillo,
la boca amarga de
César Vallejo
se sació de mi pan.
Se vaciaron las horas
entibiando su lecho,
y me robé su voz
que cada noche en vela
susurra en mis oídos.
Mi puerta nunca ha sido
estación de la pena,
en raras ocasiones
se asoma a mi ventana
y la espanta mi risa
de pandero gitano.
Con estas manos toscas
como la tierra misma
he ayudado a nacer
desde cactus a orquídeas,
y han pintado veleros
que se llevan mi sombra
a soñados paisajes
que no pude alcanzar.

Y canto... canto siempre...
con la infinita dicha
de ser una violeta
cuajada de ternura,
reconociendo humilde
que en el primer vagido
los caprichosos hados
han tocado mi frente.

Y si mañana,
el dolor se aproxima
con su extenuante
carga de pesares,
me sentaré
a la puerta de mi casa
con los puños cerrados... esperando.

Luna menguante

Me estoy quedando a solas con mis manos,
ellas inventan personajes nuevos,
cuerpos al sol, caracolas, paisajes,
una santa que contempla impasible
el lento deshacerse de mis huesos.
Me estoy quedando a solas y estoy viva,
de espaldas contra el muro,
los sentidos alerta,

el pensamiento claro
y tratando desesperadamente
de crear un poema,
un escudo de versos,
una espada...

¡Qué extraña paradoja!
Teniendo tanta voz estoy a solas
con este inmenso nudo en la garganta.
Ya lo he vivido todo,
la terrenal contienda
del odio y el amor amalgamados
y he perdido la vida tantas veces
como caen las hojas en otoño.
Desde el fondo del acantilado
me he vuelto a levantar
al sonido del címbalo,
cada día más sola y magullada,
con la coraza turbia de cicatrices.
Una suerte de asombro me conmueve
adaptando esta piel que me es ajena,
consciente que en el libro de la vida
las páginas desnudas son escasas.
Mi sombra en vigilia permanente
se perfila al acecho
y el musgo de la nada se me adhiere
e incluso se ha metido en mis bolsillos.
Me estoy quedando a solas con mis sueños
y esta estructura frágil se desarma.
Me pienso un residuo desangrado,
desteñido reflejo de otros soles.

Me estoy quedando a solas con la ira
y una honda protesta se va urdiendo,
arañando impaciente bajo la piel,
escarbo en la flor de cada poro,
exijo respuestas al envés del espejo.
¿Cuántos fragmentos quedan de esta vida?
¿Cuántos años y días, minutos y segundos?
Un incendio voraz hiende el espíritu,
no hay lágrimas, ni ruegos,
ni espaldas ovilladas,
no seré un grumo de espuma en el torrente,
deshecha la burbuja nada queda.
Desnudaré a gritos mis silencios,
mis hambres, mis jolgorios, mis venganzas,
mis espejismos tristes, mis carencias,
con el extraño idioma del poeta.
Ayer fue día claro y hoy y siempre
ceñido a mi ventana el sol madruga.
Quedan paisajes que archivar en mis ojos,
letras sin descifrar, voces pendientes.
Mis manos están vivas,
mi mente se desborda,
y aunque mi canto se estrelle contra un muro,
cantaré, una y mil veces cantaré a la esperanza.
Voy a verme crecer día tras día,
negándome a morir,
sin saber nada.

(Del libro "Los de la vuelta de la esquina". Año 2004)


Adonde vas

¿Adonde vas,
que con tanta prisa vuelas?
¿Adonde vas
que de tu pueblo te alejas?
¿Adonde vas,
que viene don José Antonio
a ver lo que está pasando
en la Villa de Logroño?
¿Adonde vas,
que viene don Juan Francisco
a pintar cerros azules
y claveles amarillos?
¿Adonde vas,
palomo negro azabache,
adonde vas,
atravesando los mares?
En Melipilla se ocultan bajo la greda
cuatro espíritus guerreros
que duermen entre los cerros.
¿Adonde vas,
que viene Ignacio Serrano
a velar el sueño eterno
del Padre Demetrio Bravo?
¿Adonde vas?
Regresa, palomo ingrato,
si tu tierra es Melipilla,
tu nido te está esperando.

Alhué del alma

Se te murió tu parra, Alhué del alma,
y tu tierra reseca se desgrana.
Ya no lloran tus cielos y en las mañanas
el trinar de las loicas cuajando el alba
reflejan llamaradas en tus ventanas.
¡Me duelen tus dolores, Alhué del alma!

Preso entre los sarmientos de aquella parra
el diablo tuvo cuna, poncho y guitarra
y a veces se le ha visto en noches de luna,
bebiendo tu aguardiente en grandes tinajas.
Apedreando a suspiros los corredores,
buscando a tus doncellas ¡Alhué del alma!

Al sirillear la lluvia por tus senderos
volverá el regocijo a tus cerros viejos,
aspiraré tu aroma a tierra mojada,
me miraré en tus charcas de mil espejos,
contaré tus estrellas multiplicadas,
atrapada en tu embrujo ¡Alhué del alma!

Melipilla de ayer

Te he mirado dormir y me sorprende
la diadema de luces que te ciñe.
Antes del último siglo, eras tan pequeña,
con la piel recamada por casonas de adobe
y de pronto, la madre azogue estremecida
te hizo caer convertida en cascajos.
El día se hizo penumbras
y el pesar nos untó el alma
hilando el desamparo.
Ríos de sal estriaron las mejillas
y el sobresalto se hizo compañero.
Luego, muy lentamente, te lavaste la cara
y estrenaste vestidos a la moda.
Aplastando en cemento tu cinturón de zarzas,
se erizaron los dedos de la pobreza.
Respiro la nostalgia de la quietud de antaño,
ansiando en las paredes reflejos de otros tiempos.
El barro y la paja son recuerdos de infancia.
!Cómo cambió mi pueblo consumiendo raíces!
Y yo aquí, persiguiendo los días fugitivos.
Melipilla bucólica bajo el sol de Febrero,
o en largas procesiones con santos en los hombros.
Tropel de jinetes escoltando al “santísimo”
con la frente ceñida por sedosos pañuelos,
alboroto de perros, campanillas,
incienso y polvareda.
La plaza Centenario, albergando romances
bajo el dosel de sus árboles frondosos,
silenciosos guardianes,
cómplices de amores clandestinos,
la tijera del tiempo podó hasta sus raíces.

Huérfana del viejo campanario,
la Iglesia de la Merced coquetea inútilmente
con el plumero doblado por el viento
que cosquilleaba su antigua cruz.
Y frente al Municipio,
aún viven, los bancos de engarzados azulejos,
con arabescos pintados por besos juveniles,
cobijo de lecturas de cartas y de libros.
¡Cómo olvidar Octubre festejando al aromo!
Incendiando jardines con sus copos dorados,
y una reina bonita como un hada madrina,
con sonrisas corcheteadas a la cara,
observando la euforia
tras las celosías de sus párpados bajos.
Sufro la enorme soledad de los rieles,
pueblo sin estación donde aniden palomas.
Sólo quedan siluetas testimoniando olvidos,
y un pañuelo, que alguna vez hizo adiós.

Melipilla hiedra

Te di mis espigas,
te di mis tormentas,
esparcí mi savia
en tu tierra buena.
Caminé tus calles
marcando mis huellas.
Construí mi nido,
te he parido un hijo
y cuando me duerma
fundida en tu greda,
estarás por siempre
adherida a mí …
Melipilla madre …
Melipilla hiedra.

Melipilla madre

Miro hacia atrás y es tan dulce la copa
al recoger los pasos que caminé en la vida.
Hallé un lugar donde dejar mis huellas,
donde la tierra es madre,
donde me multiplico.
Esta tierra es un nido de palomas,
es cántaro moreno,
al igual que las manos que soñaron sus formas.
Y la he visto crecer como un milagro,
después de arrodillarnos y golpearnos el pecho. La baña un río largo como el tiempo,
arisco y caprichoso cuando el invierno llora
y un otero con vigías dormidos,
atados a una cruz, los pies en el vacío.
Pero en octubre, mi tierra es luminosa,
cubriendo sus espaldas con la capa del sol,
el oro del aromo esparce su lujuria,
llenando a Melipilla con su rubio temblor.
¡Es mi pueblo y lo quiero!
¡Lo quiero porque es mío!
Porque es acogedor y digno en su pobreza,
porque me dio su pan,
porque nací en su orilla
y si me dio alegrías,
también me ha dado penas.
Y llegado el momento de dormir en sus brazos,
me seguirá arropando su ternura materna.

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Editado el año 2006)

Como la hiedra

He estado junto a ti sobre la misma estrella
y a veces el espacio se nos hizo pequeño,
mas...la pluma es zarcillo de unión tan entrañable
como la hiedra sojuzgando el muro.
Es tiempo de deseos compartidos
y por ti desmenuzo la flor de la verbena,
quisiera que tu copa se llene de ambrosía
y que el ancho futuro no encorve tus espaldas.
¡Ven aquí! Que el nido de mi abrazo te espera
y la amistad destruye la piedra del silencio,
coge mi mano y saltemos al siglo
como dos niños que disfrutan la vida.
Cada día nos trae una aurora distinta,
matizada de luces y de sombras inciertas
y yo quiero que sepas que estaré junto a ti
bebiéndome tu risa y abrigando tus penas.
Vivamos la alegría de este momento hermoso,
que para la tristeza... nos queda mucho tiempo.


Para la ausente
(A Sonnia Robledo Bascuñán)

No quiso decirme que no volvería,
guardó su secreto con hondo pesar
y sin entender su triste sonrisa
tras cálido abrazo, la dejé marchar.
Caminó entre muros una vida entera,
sólo abrió su verja en rara ocasión,
tapizó de verde sus sueños marchitos
y cogió una nube sin decirme adiós.
Su silencio duele como aguja rota,
mi hombro vacío extraña su voz,
yo no supe ver que su torre altiva
cual puzzle de arena se desmoronó.
No quiso decirme que no volvería
y se fue en silencio... sin decirme adiós.

La maleta

Mi querido amigo se fue al fin.

Primero a Argentina y luego a Australia – me contó apresuradamente.

-Te dejo todos los libros – susurró.

-De nada me servirán ahora que mi carrera quedó trunca ... después de tantos sacrificios.

Me conmovió su tristeza, su encogimiento de hombros en un gesto de resignación.

-Te vengo a pedir un nuevo favor ... pero ... te lo ruego ... no me digas que no.

A estas alturas de nuestra amistad, después de haberle escondido, de darle de comer a las tres de la mañana, cuando llegaba sigiloso y hambriento, acompañado de individuos barbudos y mal encarados, pero respetuosos y agradecidos por los tallarines aliñados con improvisados ingredientes, extraídos mágicamente de la casi siempre vacía despensa, después de llevarle útiles de aseo a la cárcel y de llorarme todas las lágrimas parada frente al tétrico recinto, hasta conmover a un guardia, que convencido de que era su hermana, accedía a llevarle un mensaje a pesar de estar “incomunicado” ; después de las fenomenales discusiones en que yo combatía sus ideas con irredargüibles argumentos y él temiendo que mi voz, normalmente fuerte, fuese escuchada, amordazaba con sus manos mis palabras, las que a través de sus dedos sonaban ininteligibles, y al final terminábamos con verdaderos ataques de risa. Después de haber curado sus heridas, sus quemaduras ... un favor más, no podía sorprenderme.

-¡Tú dirás! -le dije sonriendo para animarle a continuar.

-¡No tengo en que llevar la ropa! -estalló al fin, después de un largo y avergonzado silencio.

-Yo sé que tienes una maleta...préstamela por favor, te la devolveré llena de dólares...algún día...¡te prometo que te la devuelvo!.

La visión de mi hermosa y flamante maleta de cuero de cerdo llena de dólares, por un momento pasó por mis ojos. Luego una explosión de risa, nerviosamente coreada por él, borró la imagen.

Me miró anhelante esperando mi consentimiento. Era apenas un niño, de mirada limpia y clara; admiraba su generosidad sin límites lo que a veces me llevaba a hacerle serias reconvenciones, las que luego de escuchar con una semi-sonrisa, replicaba con un convencimiento abismante.

-¡Hay que dar, dar hasta que duela! ¿no te has fijado que hay tanta gente que no tiene nada?

-¡Y yo bien sabía que él lo daba todo!

Recuerdo aquel mes de Diciembre en que trabajó como vendedor en una tienda de calzado y en la ilusión con que esperaba el sueldo con que haría sus compras navideñas.

En esos días tuvo como cliente a un campesino con cinco hijos, algunos no tenían ni chancletas. Todos se probaron zapatillas y el mayor eligió zapatones firmes para el colegio, incluso el padre pidió calcetines, lo que los niños celebraron con ruidosa algarabía. Cuando fue a pagar, sólo le alcanzaba el dinero para los zapatos del hijo mayor.¡Ni siquiera para los calcetines!.Mi amigo miró al hombre cabizbajo y sin mayor aspaviento le dijo:

-¡ Sí, con esa plata le alcanza para todo!.

Luego me confidenció que en toda su vida, ese sería su mejor regalo de Navidad.

-Si hubieses visto la alegría de esos niños, el amor y agradecimiento con que abrazaban a su padre. ¡Y la mirada de gratitud que me dio el hombre! ¡Nunca nadie me va a hacer mejor regalo!.

-Deberías haber estudiado para Viejo Pascuero- respondí secamente, en un vano intento por ocultar mi emoción.

Y ahora... se iba, a regalar sonrisas a caras extranjeras, tal vez, a sufrir privaciones y yo, no estaría allí para ayudarle...

-Está bien, llévate la maleta, pero algún día me la tienes que devolver.

-Es una promesa- respondió.

Le miré guardar sus escasas pertenencias: su cepillo de dientes, una bandera, fotografías de sus padres, de su novia, y algunas mías y de mi pequeño hijo. Quería regalarme las partituras de música; no quise aceptar, a pesar de sus ruegos; eran su creación artística y seguramente le harían falta... allá lejos.

Lo estreché en un abrazo largo y doloroso. Tenía mucho miedo por él.
Haciendo a un lado mi pena, le deseé buena suerte y le pedí que me escribiera de vez en cuando.

Pasaron los años y puntualmente recibía una tarjeta de saludo navideño. En una nota adjunta me contaba de sus estudios, de su trabajo, de que la que había sido su novia, hoy era su esposa y que esperaban al primer hijo. Era feliz, pero, entre líneas denotaba una inmensa añoranza por su tierra.

Cierta noche de invierno, en que me había acostado, sonó el timbre. A regañadientes salté de la cama y me asomé al ante-jardín. La silueta de un hombre se dibujaba en la oscuridad.

Miré a ese señor de poblado bigote y elegantemente vestido, las canas de sus sienes le daban un toque de innegable distinción.

-¡Hola amiga, cómo estás! ¿No te acuerdas de mí?

-Lo lamento, creo que está equivocado- alcancé a murmurar antes de quedarme presa en su inolvidable sonrisa.

-Acabo de llegar y lo primero que he hecho es venir a verte, además de abrazarte, tenía que devolverte la maleta.

La maleta..., la maleta de cuero de cerdo que veinte años atrás prestara, a sabiendas de que nunca la volvería a recuperar, estaba ante mí, impecable, nueva, como salió de mis manos, pero esta vez volvía llena de regalos y de discos cuya letra y música eran de autoría de mi amigo.

-Aquí la tienes... tal como te prometí, y las promesas que le hago a una amiga como tú... espero poder cumplirlas siempre... al fin y al cabo, la última salvada que me hiciste fue evitarme la humillación de llevar al aeropuerto las “pilchas” envueltas en papel de diario.

( Del libro “Vuelos literarios 3”. Editado el año 2001)

Elizabeth Ramos Araya

<em>Elizabeth Ramos Araya</em>

Azul

Esa playa solitaria
¿a quién esperará?
jugueteando entre el cielo y la tierra
¿a quién esperará?
¿será acaso tu recuerdo
que la arena esconderá?
¿Y esas olas vagabundas
acaso con pasión
la playa besarán?
Y esas olas
rompiendo de repente suaves,
y a veces
tan insolentes y furiosas
¿a quién esperarán?.

Barco mío

Te traje nuevamente al mar
a ver si el viento,
y las olas
te llevan hacia algún lugar
esperando que
que te rescate
aquel que un día
se fue
y no regreso jamás.

Navegante

Capitán de mil dolores
navegante de palabras,
Sublime deseo el tuyo
de acariciar con ellas.

Ese tren en que viniste,
aún no ha detenido su marcha.
Quisiera saber que noble poema
deslizaron tus labios
cuando tu vida se alejaba sollozando
y septiembre brilló con más fuerza.

La pasión de tus poemas
como canasto de frutos olorosos
de nebuloso contraste.

Imagino un mar tempestuoso
arreciando contra la playa.
¡Isla Negra!... destino preferido el tuyo
¿podrías decirme
qué cantaba el mar en tu oído
a la hora del crepúsculo?
¿cómo fue que viste ese madero
que entre el baile de las olas,
el mar deslizó a la playa?
Quiero inmiscuirme
en tu delirio
en las noches estrelladas.
Quiero escuchar como un susurro

un verso tuyo,
y adormecerlo en mi almohada
para jugar a ser tu musa,
desordenar tus caracolas de luna,
amarrar con fuerza
la última mirada al recuerdo del último beso.

El beso

Un "te quiero" enmudecido
cayó a tientas con la noche
creciendo de un modo extraño
con la mañana,
después un beso
seco roce de labios
como una rosa, con la lluvia del desierto.
Un "te amo" tan frío como el hielo.
Un "te amo" más lejano".

Genio loco del alma

Genio loco del alma
la pluma entre tus manos
parecía tener alas
que al alzar su vuelo
parecía un amante
ebrio de pasiones enajenadas
Chile siempre en tu mente
hasta el último momento
la prosa del maestro
adornada de flores y guirnaldas
ataviadas de recuerdos tristes
de amores en fuga
de mares lejanos y tormentos.
Pero una risa furtiva
asomó de tanto en tanto
tu baño de caballeros
divertido y extraño
tu caballo de más de una cola
que en tu Isla quedó pastando.
Capitán, la bandera está al tope
y las campanas alborotadas
jugando con el viento.
Ya estás en casa
como fue tu deseo.

Nostalgias

Silencio de violines
vuelo de gaviota solitaria
atardecer de otoño
playa enmudecida
montaña sin ecos que la invada.
Distancia que se acorta
día que llega
como novio furtivo
escapando en madrugada.
La vida se escapa
y juega a ser olas
que van y vienen
a morir en la playa.
El alma quiere ser libre
para volar
más allá de lo terreno
más allá de las miradas.

(Del libro "Los de la vuelta de la esquina". Año 2004)


Melipilla

Ciudad de contrastes.
Inviernos y veranos
de lluvia y de sol.
Me atrapas y me dices adiós.
Cuando hablo de ti
la lluvia habita toda en mis ojos.
De pronto sale el sol en mis labios
y derramo sonrisas entonces.
Tantos recuerdos bellos por reanimar,
muchos minutos inmunes al olvido.
Ilusiones que ya partieron
y se esfumaron un día de Enero.
Tardes enteras apretadas de nostalgias,
añoranzas de un te quiero.
Melipilla, en ti fuí dejando mi piel,
mi corazón y mi tiempo;
y tantas cosas que ya no recuerdo.

Hoy el tren de mi vida sigue su marcha.
Dejo mi alma en él,
mordiendo las distancias, los minutos, los besos,
para quedarse dormidos y dar vida al silencio…

Melipilla en el tiempo

Ciudad de los cuatro guerreros.
Aprensivos espíritus bailan antojadizos
en este rincón de Chile,
en el corazón melipillano,
sumiendo a tu pueblo
en marcadas estaciones.
Recuerdos que salen a caminar con nostalgias,
haciendo un nudo en el tiempo.
El tren de antaño
que viene a la memoria como un fantasma,
en esos cuentos del atardecer
que hablan de fiestas.
Homenajes a la vida y a la muerte
que se fueron quedando dormidos
en las calles pedregosas,
que dieron vida a más de algún personaje.
Ellos arrastraron en sus pies
infinitas historias
que aún huelen a leña y a tierra húmeda,
a fuegos, a inviernos.
La historia debe seguir,
Santiago no es un padre perfecto, ni equitativo.
Enciende tu corazón,
la vida canta ante tus ojos.
¿No ves?, la primavera viste de verde,
los hornos humeantes
dan la bienvenida
a un despertar perezoso.
Melipilla, eres un libro infinito
con secretos para cantar,
eres oasis para el forastero,
muchas cosas se resisten al olvido.
Muéstrame tu historia,
tu pasado no debe morir,
hay un presente por construir,
quiero ver brillar el sol.
Melipilla, ¿no lo ves?
En tus cuatro esquinas
habita la pasión.
Épocas de gloria te esperan,
abre tus puertas.
¿Sientes los pasos?
Es la historia que llega
guiándonos al progreso y al futuro.
Devélanos su rostro
para no olvidar las raíces,
para acunarnos como un niño,
para verte crecer en el tiempo.

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Año 2006)

Angel Conejeros Maldonado

<em>Angel Conejeros Maldonado</em>

Rosa de Sangre

Porque te desangras
ante mis ojos
pétalo a pétalo,
con mis ojos cerrados
te seguiré llorando
Rosa de otoño.

Seguiré oliendo
tu mágico perfume.
como cada mañana
al despertarte.
Con mis ojos cerrados
te seguiré amando
Rosa de invierno.
Te estaré regando
con mis manos mojadas
por el rocío eterno.
Con mis ojos cerrados
te seguiré cuidando
Rosa de mi tiempo.

Rosa, siempre rosa
de mis húmedas praderas.
Te abrirás con el sol
de mis íntimos desvelos.

Nuevo tiempo

Tuve que andar unos años,
esperar que pasara un siglo,
avanzar entre la muchedumbre
de la mano del destino,
volar las montañas
para encontrarte.

Salvé las distancias del laberinto,
crucé los desiertos nocturnos
y los mares solitarios;
rocé con los labios amaneceres
soñando el azul incomparable.

¡Cuántas estrellas para ver el camino!
¡Cuántas rosas para tus pies!
Cuántas veces canté tu llegada
sin despertarte,
para que después
tu oyeras el concierto,
pues mis cantos eran
una muchedumbre en el camino.

Todos mis versos
alegres y bellos,
tristes o vacíos,
te pertenecen.
Son una corona en el tiempo
para tus ojos y tus besos.

¡Cuántas estrellas para ver el camino!
¡Cuántas rosas para tus pies!
Tuve que andar unos años,
esperar que pasara un siglo,
para encontrarte.

Morir de amor

Tengo el invierno pintado en mis caminos,
embargada la voz
en un hielo desamado.
las manos constreñidas por el sol ausente
y las bestias dormidas en la frontera.
Como de vez en cuando
de los frutos que bota el viento,
bebo de la uva amarga del duelo.
El invierno se va quedando abreviado
en una copla congelada.
Mi sueño, el amor de la noche celeste
se va a morir tranquilo, sin estada;
Y este invierno de ayuno y cautiverio
voy a morir de amor, como una parra.

Invierno

Cuando no hay más que lluvia
que clava las distancias,
es necesario entonces
mirar por la ventana,
colgar los cuadros en el muro vacío,
besar tus senos desnudos,
deslizar mis palabras
en tu fuente cálida;
enredar mi tiempo
entre tus piernas,
beber el sol
entre miradas.

Perfomance sexual

Siento el virus del deseo
que deambula por el escenario
y que se clava en tus ojos.
Las palmas de los pacientes
que miran absortos e insaciables
aceleran el clímax de nuestras miradas
y en una convulsión de jadeantes estrellas
tomo posesión de tu secreto publico,
haciendo que nuestra sangre se dialice
en una diáspora de frenesí,
copulando todos los pensamientos
que explotan
en lo más recóndito de
nuestros mundos,
amándonos hasta el orgasmo caligulano
temporal que humedece todas las garganta.

Después de la lluvia
Hay una rosa en nuestras manos
Enamorada del viento y del sol.

(Del libro "Los de la vuelta de la esquina". Publicado el año 2004)


Entre ríos, montañas y quebradas

Yo nací
en medio del rocío de los campos,
del fragante aroma del espino florecido,
la tristeza del arrullo
del tierno cuculí,
y el sabor amargo
del pequeño maqui.
Entre coiles y guillaves,
entre minas y diablos.
Valle de Logroño,
canto del Maipo.
Cantillana oliendo las nubes,
Horcón de Piedra que sostiene los vientos,
Talamí, la silla del descanso.
Allí, donde la nieve
es el eterno sombrero del verano,
y la lluvia,
sólo el triste llanto del invierno.
Donde la gente es amiga de su gente
y se encierra para ver correr el agua.
Heredo el sueño de mi tierra.
Canto en las letras escondido
como canta el río,
allá, lejos,
en medio de su camino.
Tal vez nací triste.
Tal vez nací alegre.
En medio de tanta belleza.
Heredo lo amargo
y negro del maqui;
Lo dulce del coile perdido en las quebradas;
Lo tierno y fresco del guillave
en la temprana mañana.
Yo nací aquí,
en esta tierra de paja.

La cruz del tiempo

Aquí, en este valle
donde el sur viene galopando
la puerta de entrada
y el viento canta tu nombre,
sueñas conquistar el mundo
con tus cerros poblados
de cruces y esperanzas.
Aquí, donde la brisa baja
a comprar las tardes,
a pintar risas en las puertas,
queda el alma contrita
mirando hacia el norte,
donde se va corriendo
la primavera.
Nos queda la noche
para soñar con la luna.
Mágica luz,
vigía artesana;
y el alba que nos está esperando,
por los cuatro puntos cardinales,
para seguir pintando
tu paisaje.

Melipilla

Amo de ti tus murallas,
tus calles cortas,
envejecidas,
vestidas de piel desnuda,
tu arcilla fracturada.

Amo tus caminos perdidos,
de huellas imborrables.
Tu manera de tenerme
en todas tus esquinas,
donde nunca he estado.

Amo tus flores,
tus senderos;
mis sueños enterrados.
La corta distancia que hay
entre tu mundo
y mi mundo.
Y el deseo de volar
que nos invade.

Tristeza (A la Hacienda Loncha de Alhué)

Cazador,
la llovizna del invierno
ha impregnado el camino
con olor a tierra mojada.
Tus pasos se detienen.
La “garuga” moja tu alma;
refresca las horas de una jornada
que recién comienza.

El campo infinito
de la casa bendita
se ha quedado en silencio.

El trino de los pájaros
se ha ido a otros lados,
de árboles lejanos
de ojos extraños,
sin ladridos de perros.

Cazador,
¿Qué ha pasado en el campo?
La puerta de tu casa está cerrada.
Morirás, acaso, ausente,
como murieron tus abuelos.
Dejando una huella
con olor a tierra mojada,
ausente de trinos y de gestos

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Publicado el año 2006)

El último segundo

Vengo llegando al final de este milenio
con todos los gritos, con todos los aullidos,
con toda la música salvaje,
sintetizada; de tambores y de risas.
No sólo traigo la emoción y el peso del honor
de los que se creen dueños de la historia,
sino también el peso de los muertos,
de los pobres, de los vencidos, de los adoloridos;
traigo el peso de los que han regado
de llanto el silencio,
de los que han hecho la historia.
Vengo con la idea de que es bueno llegar.
de que es bueno saber de la batalla,
de no olvidar,
para saber ganarle al tiempo que viene.
Vengo con la idea de que estamos aquí,
con serpentinas blancas, lilas, rojas y moradas;
con un viento de trompetas...pero
también de clarines.
Que estamos aquí y sabemos
a qué costo hemos llegado.
Vengo con la idea de brindar por los muertos,
por los vencidos, por los mutilados
de una historia bélica, estremecida;
con la idea de brindar también
por los que se han atrevido
a bajarse de los portaviones,
a tirarse al agua para llegar a la costa;
por los que se han negado
a encender las antorchas
en los pozos de Kuwait o Irán;
con la idea de brindar por los que pensaron
la Declaración Universal de los Derechos Humanos;
por los que han creído en los Ecosistemas,
en la pureza e inocencia de los Boys Scout;
por los que siguen soñando
que las Olimpiadas unen y sirven.
Vengo con la idea de sentarme
en el último segundo de este siglo,
para agradecer
que las Palomas viven,
que las palmas se juntan aún para orar
y para aplaudir;
que la sonrisa aún tiene la fuerza
de mover otra sonrisa;
que los ojos no se dislocan
y que las manos aún tienen
ese lenguaje inagotable
que no necesita traducción.
Vengo con la idea de brindar
por los generales que han perdido la batalla,
que están presos de su honor,
de su conciencia y de sus errores;
de brindar por todos los líderes vencidos,
por los que están en la oscuridad
y por los que preparan
la batalla de la supervivencia.
Vengo llegando al final de este milenio,
de este siglo;
de esta década, de este año,
con la ilusión de ser un espíritu que canta
en todos los cuerpos,
admirable voz del pensamiento
que se plasma en el músculo rígido del hombre
y que se alimenta
en el seno materno de una mujer.
Donde todo el peso de la historia está conmigo;
el azul y el negro; el blanco y el rojo;
el arcoiris de la verdad
fundado en el cielo azul de mis amores
o, en el oscuro pensamiento de mis pecados;
o en el blanco oscuro de la inocencia nueva
o, en el rojo doliente de la sangre vertida.
Vengo con la idea de sentirme tuyo y tuyo;
Mujer y Hombre,
para decirlo como poeta:
la historia admirable os pertenece.
Yo canto y brindo
por toda esta crema condensada
que fluye por este cono del tiempo;
con olor a parto doloroso,
a llanto inocente y verde junco;
a besos y reveses,
a adulaciones y rezos,
a engaños y placeres,
a conquistas y dudas.
Vengo a beberme el último segundo de este siglo,
de este año:
de las dos mil veces conversado,
de las dos mil estaciones de la historia,
de las dos mil vía crucis,
de las dos mil vigilias,
donde esta tierra ancha y generosa
ha sido caminada mil veces.
Vengo a brindar por ti, Hombre y Mujer,
por el desnudo pecho de tus dolores,
de tus generosidades,
abrazándote de Sur a Sur,
de Mar a Mar,
para brillar en tus ojos
como el lucero de la noche
el Amor que guía todas las cosas.

Tal vez no moriré en París

Tal vez no moriré en París
como Vallejo,
porque a París llegan a morir los grandes
o a enfermarse
y morir en sus patrias.
Tal vez moriré
en este mismo terruño amado,
asentando mi cabeza
sobre las viejas ideas, mis huesos
sobre la tierra cansada,
mi sangre sobre venas inmóviles,
mis versos sobre los vientos que se ahogan,
cerrando los ojos sobre un escenario
ya visto
o lisa y llanamente descansando mi peso
en los brazos de un amor desconocido,
enamorada de los labios azules,
de los ojos ausentes.
Del alma en sueño.
Yo también tengo un Jueves:
“Jueves del Amor” como le he llamado,
donde estoy comenzando a enfermar de poesía,
a recoger con mis manos hasta la ultima gota de luz
que refresca nuestras noches,
donde sabios y clandestinos paladines del verso,
se contagian y ríen con serpentinas de palabras
que se llevan entre abrigos, tapamugres y bufandas.
Cada noche que pasa vuelo a París
y a otros confines del mundo,
pues me parece conocer al hombre
en todos sus rincones.
Sólo me falta abrazarlo y beberme con él
el café de la nostalgia
de los castillos nuestros.
No sé por qué cosa
siempre pienso en París
y también pienso en la muerte.
Quizás la muerte jamás esté conmigo
porque no me dejarán ir,
entonces tengo todo el tiempo del mundo
para pintar otoños de colores,
ponerle brisa a las alamedas anchas que se abren,
esperar los Jueves del amor toda la vida,
embellecer los huesos de esta torpe investidura,
acortar la distancia de mis ojos perdidos,
despertar algunas veces esta alma
que sigue durmiendo,
y buscar el mejor lecho,
blando, placentero y cálido,
para resistir toda
esta dulce enfermedad de poesía,
tal vez no moriré en Paris
como Vallejo.
Moriré despierto en este
terruño amado.

( Del libro “Vuelos literarios 3”. Publicado el año 2001)