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ATENEO de MELIPILLA Juan Fco. González

«Melipilla: Lugar de Encuentro»

«Melipilla: lugar de encuentro»

<em>«Melipilla: lugar de encuentro»</em>

Con voz de afecto

Un buen coro supone ensamblar diversas tonalidades vocales con el propósito de dibujar en el aire una línea melódica. El tema de fondo es el mismo para las
que concurren a un encuentro de afinidad. Se trata, eso sí, de alcanzar tono con alma abierta, convencida, sugerente. Y es esto, precisamente, lo que se apropia del oído al leer estos poemas y prosas que el Ateneo Juan Francisco González entrega en este libro.

San José de Logroño de Melipilla, como gustaba mentar a la ciudad el periodista e historiador don Roberto Hernández, es la raíz de estos cantos y memorias. Cada uno de sus diez autores acude desde el sí propio a expresar y a contar de una presencia larga y hermosa que portan en sus jornadas y que requiere de especiales menciones para dar en la justicia del afecto. Porque todo escrito literario pretende aunar en su desarrollo los indicios de una realidad valiosa y los significados que perduran en insomnes latencias a lo largo del tiempo. Y aquel ensamble de entidad exterior, como lo es una ciudad, y el sentirla dilatada en lo interno de sí, reconoce domicilio en estas páginas.

Ecos testimoniales de otrora se adueñan de las páginas de “Melipilla en el siglo XVIII”, que debemos a Esteban Alvarado Vera. Horizontes y opiniones regalan aquellos frutos de la estimación que el autor recoge como quien descubriera un tesoro de vestigios perdurables. Nos enteramos de una ciudad naciente y de las expectativas de entonces. La relación de José Fernández Campino recobra el timbre que tuviera en este recobro de hoy.

Angel Conejeros es poeta que elogia la tierra de Melipilla, y a ella se dirige con familiaridad de quien la conoce bien, porque la ha vivido en la honda latitud del afecto. Su actitud de celebrante de hermosuras e identificaciones habla a las claras de una cercanía que, en su caso, mejor semeja un rito cotidiano y un fundamento de existir.


"Yo nací/ en medio del rocío de los campos,/ del fragante aroma del espino florecido,/ la tristeza del arrullo / del tierno cuculí,/ y el sabor amargo/ del pequeño maqui”.

A su turno, María Elizabeth Ramos se dirige a la ciudad desde un monólogo en el que descubre sones pretéritos, pero también la necesaria disposición ribeteada de porvenir. Por eso mismo, se inclina a extender su mirada en el tiempo: “Enciende tu corazón, / la vida canta ante tus ojos”, al paso que reconoce: “Cuando hablo de ti/ la lluvia habita toda en mis ojos”.

Con sentimiento de alma en la piel, Gladys Quiroz expresa reminiscencias y nostalgias, historia amplia y personal de un modo ganado por la eufonía. Melipilla acontece en la evocación emotiva. Una ciudad con calles, esquinas y recodos que ofrece un encariñado mapa referencial. “Respiro la nostalgia de la quietud de antaño,/ ansiando en las paredes reflejos de otros tiempos./El barro y la paja son recuerdos de infancia./ ¡Cómo cambió mi pueblo consumiendo raíces!/ Y yo aquí, persiguiendo los días fugitivos”.

El siempre entusiasta Jaime Romanini se asombra e interroga acerca del conjuro natural perdurable de Melipilla. Lo percibe abarcador desde el ayer hasta el mañana. En sus versos no menos que en su breve prosa: “Manuel”, es dable un deslizamiento angelado de lo humano, pues lo sencillo sabe alcanzar desplante y la realidad termina por ser querida. Así sucede con esa pregunta dirigida por el tonto del pueblo a un niño: “¿Recuerdas cómo es Dios que de repente lo olvido?”.
Raquel Parada posee una especial sensibilidad para sentir el paisaje. La transposición de éste en la memoria del afecto asegura en ella un viaje a la infancia mientras valora lo presente. “La cerca de eucaliptos/ más allá del sendero/ separa la manada/ de vacas y terneros,/ un perro ladra lejos/ y otro perro contesta/ mientras la noche cae/ con su silencio a cuestas”.

La evocación es secreto valorativo que, puesto en el fiel del antes y del presente, expresa la convicción anímica de un paraíso perdido, o menoscabado. Es siempre más fácil haber sido feliz que serlo. Cómo no creer a Stella Donoso cuando leemos: “Mi barrio de cuatro calles/ cambió su vida y su cara,/ el viejo mostrador, la luz opaca,/ los chicos de la esquina, las abuelas./ Don Enrique llamando a su pilluelo,/ la Mariíta y su venta de ilusiones,/mi padre con su coche de anticuario,/ se fueron con su historia a otro barrio...”

Aquel que mira en la memoria un lugar que no fuera el suyo, pero que le creció en el afecto sin que falte a completar esa predilección algún desaguisado que presenta la faz prosaica aunque graciosa de lo real, es lo que bien consigue el “desengañado” de Ulises Mora: “Que si no hubiese sido la calamidad que era./¡Por esta copa juro!/ Que termino/ Enamorado”.

Cuanto se pone otra vez en el corazón es lo que mentamos recuerdo. Es ésa la materia lírica de Gino Arab. El lugar y una persona elevan encomios con que dice de lo suyo esa transcripción en vocablo lo que fuera tan vivo otrora: “El espino se prende/ /y tú, silencioso/ como un árbol /lleno de follaje,/me das la mano/ en un mundo/ lleno de flores/y las campanas/ te cantan /con voz de niño”.


“Recuerdos de provincia”, relato de Julio Alvarez, concluye el volumen. La prosa campea en esas páginas que tienen tensión de puñetazos y ceremonia de gladiadores más heroicos que gananciosos. Escenario, apodos, expectación conquistan al lector a punta de amenidad y de aproximar ese mundo del box y de hombría lacerada. Una verdadera crónica que gana la partida al olvido.

Este libro no presume mundos inéditos ni se ufana de sus logros; es una palabra sencilla, dicha al oído del afecto. Y de ello debería enterarse Melipilla, protagonista de estas páginas. Después de todo, es también corazón de Chile, materia y forma reconocida por los escritores del Ateneo.


Juan Antonio Massone del C.

Primera Edición Enero de 2006
© N° 153.219
ISBN 956-7666-02-4