Víctor Marín Calquín
El espino
Ligero de lluvias.
Oro en primavera.
Delicado al rocío,
lento en el vuelo.
Perfuma la vida.
De raíz duradera
se afirma en
su campo.
Construye moradas,
invita a amar.
Retornados
El mundo maravilloso de sus sueños de niños, después de veinte años de ausencia de su hogar de origen, había sido alcanzado en plenitud por los tres hermanos Peralta.
Al entrar a la tierra de sus raíces se miraron unos a otros, depositando con lenta actitud sus grandes maletas de viaje.
- ¡Aquí está todo igual, nada ha cambiado en años! -, expresó el mayor de los hermanos Peralta.
- Los que hemos cambiado somos nosotros -, afirmaron los dos menores.
En verdad la aldea que los vio correr por sus tres calles adoquinadas que configuran un triángulo, estaba ante sus ojos como una postal antigua, retenida en el tiempo sin perder su identidad ni el frescor de sus casas de vivos colores.
El silencio pesaba. Ellos lo adivinaban: la gente dormía su siesta habitual.
- Sólo ingresaremos a nuestra casa a una hora prudente -, recomendó uno de los tres retornados.
Entonces acordaron esperar en la tienda de muebles de Don Evaristo que tendría sin seguro la puerta falsa por donde solía introducir, en sus años mozos, a más de una jovencita.
Rieron largamente al recordar las aventuras y amoríos clandestinos del mueblista.
Con la risa entre los dientes tomaron camino en dirección al local de muebles. Cruzaron por la calle de las Violetas, doblando por la de Azucenas e ingresando por el Portal de los Artesanos y sin ser vistos por ojo alguno franquearon la puerta trasera de la tienda. En su interior observaron la exposición de una cincuentena de sillas de Viena: brillantes en sus negros esmaltes, finas en sus armados, aristocráticas en el esplendor de la madera y en el delicado del enjuncado.
- ¿Sillas...y los otros muebles?
- ...estarán en bodega!
- ¡No!
Al oír esta expresión los tres hermanos Peralta sufrieron un cambio violento de temperatura en sus cuerpos. Pensaron en don Evaristo, pero...
-...está muerto...
-...fue un accidente...
-...se nos disparó el arma...
-¡Lo asesinaron cobardemente y huyeron! Regresan como si nada hubiese ocurrido.¡Están arrestados! --, conminó el jefe de policía.
Q.E.P.D.
El Club de los Suicidas entornó su puerta ennegrecida, para luego del funeral de su último asociado, cerrar definitivamente. Al triste sepelio hubo cero asistencia institucional, obviamente. El discurso de rigor, por previo encargo, correspondió a una grabación en cinta magnetofónica. Familiares con caras descompuestas, rodeados de algunos curiosos y los empleados del cementerio, esperaron resignados la sacra sepultación. Al dejar el campo santo, una brisa preludio de lluvia posibilitó que los pocos asistentes al insólito entierro, rápidamente dejaran el lugar a donde se ingresa sin vía de regreso.
Un somero parte en un periódico anunciaba el remate del inmueble del singular club, por término de giro.
(Del libro Vuelos literarios 3. Editado el año 2001)
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