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ATENEO de MELIPILLA Juan Fco. González

«Vuelos literarios 3»

«Vuelos literarios 3»

<em>«Vuelos literarios 3»</em>

“Las personas pasan, las instituciones permanecen” es una aserción de uso frecuente y aplicada con justeza en la mayoría de los casos. En relación al Ateneo “Juan Francisco González”, de Melipilla, sin embargo, no pareciera tener tanta validez, ya que sus integrantes, por medio de sus obras, serán perdurables en la memoria y en el tiempo.

El Ateneo se encuentra ya en el umbral del medio siglo de existencia y los nombres de sus fundadores están en el recuerdo de quienes han continuado laborando en pro de la cultura local y proyectándola más allá incluso de las fronteras nacionales.

Con la publicación del presente libro de carácter colectivo y de contenido misceláneo, en que se alternan la prosa y la poesía, agregan un nuevo logro en el afán de perfeccionamiento de sus habilidades y condiciones narrativas y líricas en la búsqueda de satisfacer sus inquietudes espirituales. Afianzan, además, el clima de amistad que los une en torno a un interés común: la creación literaria.

Catorce escritores, como los “Catorce de la Fama” o los versos de un soneto, participan de estos “Vuelos Literarios”, cada uno con diferente estilo y distinta temática y, tal vez, con desigual experiencia editorial.

Aunque no aparecen ordenados alfabéticamente, sí lo hemos hecho en esta introducción para facilitar la tarea propia y del lector y evitar olvidos involuntarios.

En dos brevísimos cuentos, Julio Alvarez nos hace compartir sus dudas, no exentas de ironía, la lógica implacable de su abuela y de cómo un mueble cerrado puede concitar la curiosidad de los personajes y del lector.

En Gino Arab el hablante lírico se protege de la inexorable realidad esgrimiendo sus sueños como escudo; la ausencia y la soledad transitan por la calle de su tiempo, pero no pierde la esperanza del regreso a un pretérito que está omnipresente.

Mónica Cerda en dos poemas de verso libre se considera una pequeña semilla que intenta renacer a la vida y busca cada día algo de felicidad, a pesar de las cicatrices que imprimió el dolor.

Con el ímpetu de la rebeldía y la seguridad del optimismo, Ángel Conejeros quiere hacer un brindis y beberse el último segundo del siglo que termina. Tiene, además – en oposición a Vallejo - , la incertidumbre acerca de su muerte; piensa que tal vez no ocurra en París, a pesar de tener sus propios jueves donde ha “comenzado a enfermar de poesía”.

Stella Donoso canta y cuenta el ritmo de sus pasos; conversa de soledades con la luna e implora, con lenguaje revestido de metáforas, por una mano que le brinde un poco de ternura.

Cuatro composiciones entrega Rubén Mallea. Son versos traspasados de angustia, de búsqueda en vano, de recuerdos que duelen hasta las lágrimas. El desencanto y la pena alcanzan inflexiones notables por el buen manejo de las imágenes, la fuerza en la actitud expresiva y la originalidad de sus metáforas.

El espino florido es un motivo favorable frente a la vida. Así lo expresa Víctor Marín en un corto poema, el que, junto a dos cuentos también breves, completan su aporte a esta publicación. Los relatos, con elementos narrativos bien distribuidos, hacen que su lectura concluya en un ¡oh! de admiración por un final no presentido.

Latifeh Musri presenta un trabajo en prosa con características de crónica. Esta narración es una síntesis de la mucha o poca fortuna con que han enfrentado tantos inmigrantes el término de su peregrinaje en este suelo. La narradora, con mucho colorido y sentimiento, describe personas, hechos, lugares y costumbres cuyo personaje central es “El Viejo”.

De la suma de todas las luces se vale Juan Olmos y hace versos blancos en un ingenioso juego con el nombre de su amada; original es también su poema de Navidad y su campechana plegaria para arreglar los males de la humanidad; en narrativa, observa el mundo y sus curiosidades desde la infantil perspectiva de su protagonista.

Oriana Pavez hurga en las raíces de la raza y en la memoria; en esta búsqueda sólo halla desolación y desilusión; apelando a lo cotidiano, sin embargo, advierte en la mujer la conjunción de virtudes.

El amor y la amistad son valores que realza Gladys Quiroz en dos poemas de logrados versos rítmicos. Maneja con soltura la poética y la poesía. Su cuento “La Maleta” demuestra que este género también está incluido en sus quehaceres literarios.

Nilza Riquelme, como muchos poetas, se inquieta por el tiempo, el que daña lo perecedero y el que pasa inasible por su lado. En palabras escuetas y en versos asonantados no encuentra respuestas a sus interrogantes. El amor, al igual que el tiempo, se le escurre entre sus dedos.

“Afuera es noche y llueve tanto”, así dice un tango. A Jaime Romanini la primera frase lo motiva para reflexionar entre los recuerdos, el silencio y los sueños. La cibernética, la página en blanco y el paisaje de la tierra en sombras lo hacen noctambular en un duermevela de pensamientos positivos.

Un conocido cronista se dolía de lo poco que los poetas han escrito sobre sus nietos. Cecilia Satriani sale al paso de tal afirmación y derrama su ternura de abuela hacia el nieto que trastorna sus sentidos y sus días. También despliega su lirismo para arrullar, sensitiva, al amado-amante, destinatario de promesas de amor y placer.

Poetas y narradores amalgamados en un libro, cobijados bajo el alero de la institución que lleva el nombre de un gran artista chileno, ven cumplidos sus anhelos de transmitir emociones, sentimientos y valores.

La palabra escrita, una vez más, está de fiesta.

Miguel Reyes Suárez
Profesor y Escritor

Santiago, agosto de 2001